Crónica de un design sprint: de diseñadores a alquimistas

Carlos Boces Vela
11 min readOct 19, 2020

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A través de la metodología design sprint de Jake Knapp, el grupo de clase se puso la toga de alquimista para convertir una serie de ideas primerizas en un producto concreto y funcional en solo cinco días.

No sabría decir si es un experimento químico o un grupo de diseñadores en pleno “crazy eights”. “Experimento con un pájaro en una bomba de aire”, Joseph Wright of Derby

Todo proyecto comienza con un objetivo. Y en nuestro caso, este era claro, pues lo plantearon los profesores del bootcamp: aliviar la angustia que producen las tecnologías de la comunicación.

Las tecnologías de la comunicación son cada vez más un problema. Por supuesto, son también una inmensa ventaja, pero lo cierto es que hoy en día nos dan muchos quebraderos de cabeza. Desde gente enganchada a las pantallas del móvil a información capciosa e intencionadamente incompleta, las TIC han introducido entre otras cosas, unos problemas que antes no existían en nuestras vidas. Todo avance implica un gran impacto positivo y otro negativo. Con la industria vino la contaminación salvaje; con el automóvil, los accidentes de tráfico; con las tecnologías de la información, un sinfín de singulares problemas de lo más variopinto.

Es un hecho que gran parte de la población mundial está enganchada al móvil, y se ha llegado a comprobar que el 20% de la generación centennial sufre ansiedad por las redes sociales. ¡Ansiedad! Por algo que hace unos años no existía y que ni siquiera necesitamos para nuestra vida. Pero como ya lo hemos incrustado en ella como la mugre al fondo de un cubo de basura, tiene difícil solución. Pero no imposible. Por eso hay que remangarse y ponerse creativos.

Móviles, móviles por todos lados. Si tiras una piedra, caerá en la pantalla de algún móvil que alguien está mirando. Fotografía de @robin_rednine

Es ahí donde entra la metodología design sprint: cinco días para desarrollar a matacaballo una idea que surja de la nada, desatada y libre, con potencial para convertirse en algo original, real y útil. Partiendo del lema “falla rápido, falla barato”, se trata de desarrollar un prototipo testeable de manera rápida y sin grandes inversiones, para comprobar si la solución es interesante o no antes de que se nos vaya de las manos y los costes de echarla para atrás superen los beneficios de lanzarla. Por eso, se prepara en cinco días, de lunes a viernes. Para ello, la clase se dividió en dos grupos de siete personas que trabajaron conjuntamente durante las primeras fases.

Empezamos en lunes. El primer día consiste en empatizar. Tenemos ya un problema -la adicción a las tecnologías de la comunicación- pero necesitamos entender qué supone esto realmente. A qué se refiere, qué implica, desde el punto de vista de quien finalmente utilizará nuestra solución: el usuario. Inspirados en el diseño centrado en el humano, nuestro lunes gira en torno al usuario, sus distintos perfiles, sus necesidades, su percepción del problema, etcétera. Para ello, nos ponemos toga de filósofo y como Sócrates empezamos con las sprint questions, el grupo comienza a realizar preguntas sin parar para profundizar e indagar en el problema. Como en el método Socrático, a través de las preguntas llegamos al núcleo de las cosas. En este caso, las preguntas, puestas en común, y la creación de varios perfiles de usuario a través del customer journey -gráficos en los que imaginamos cómo un usuario tipo es afectado por la cuestión que estamos tratando- nos llevan a las preguntas How Might We, “cómo podríamos”, que son más refinadas que las primeras y mucho más orientadas, como su formulación indica, a buscar una solución.

Sócrates en pleno design sprint, haciendo de Decisor seguramente. “El suicidio de Sócrates”, Jacques-Louis David

Con todo este material, estamos listos para empezar a pensar en cosas más concretas, pero antes de ello, votamos qué preguntas nos parecen más fundamentales de todas. El lunes terminó con la votación, de lo cual, con ayuda de una “decisora”, nuestra profesora, llegamos a los conceptos fundamentales: ¿cómo hacer menos adictivas las TIC y que la inmediatez no sea lo importante? ¿Cómo podríamos limitar su uso? Pueden parecer unas preguntas evidentes, pero este día es necesario para descartar caminos prometedores que no conducen a nada, centrarnos en una idea concreta y tomar un rumbo con la seguridad de que hemos examinado las distintas posibilidades y apostado por la correcta. El lunes se trata de concretar: encontrar el pajar dentro del granero dentro de la granja.

El martes y el miércoles se trata de encontrar la aguja dentro del pajar. Lo primero que hacemos el martes es crear un tablón individualmente con nuestras ideas, lo que se nos viene a la cabeza al pensar en nuestras conclusiones del lunes, y en cómo en otros contextos u otras empresas han lidiado con problemas similares. Esta fase se conoce como lightning demos, y en nuestro caso, lo hicimos digitalmente. Esta fase es bastante sensitiva, emocional, no se trata de llegar aún a ninguna solución, se trata de recopilar ideas, material, conceptos, sensaciones que van por el mismo camino que hemos decidido tomar, para que sirvan de inspiración, de catalizador de ideas. Por ello, es una fase bastante libre en la que se mira fuera del cajón en el que estamos metidos, vemos cómo en ámbitos muy diversos se trata el asunto que tenemos entre manos.

El tablón que presenté a mis compañeros en Miro. Sí, dibujé un cepillo de dientes doblado.

En mi caso, por ejemplo, presenté a mis compañeros de grupo una serie de ideas, algunas cercanas a nuestro campo y otras bastante alejadas, pero que en mi opinión tenían que ver con la adicción a las TIC que al final es lo que estábamos tratando. Por ejemplo, incluí una imagen del control parental que ofrece Nintendo como idea relacionada con limitar el uso, las chapas que se utilizan en distintos grupos de ayuda a adictos o los cepillos de dientes antiguos del Mercadona, que con unos puntos desgastables te informaban de cuándo habías excedido su uso y tenías que cambiarlos. No eran propuestas para “tirar por ahí”, sino más bien información diversa sobre el concepto de “lidiar con adicción — uso excesivo”. La idea de Nintendo era bastante clara y evidente, pero por ejemplo me resultaba interesante el concepto de una recompensa o símbolo, como las medallas que exhiben los deportistas con orgullo, en este caso por aprender a controlar una adicción, o la idea de un elemento visual que nos informa de que nos hemos pasado usando algo.

Después, como en el lunes, lo pusimos en común, y estando ya todos inspirados y a tono, nos pusimos manos a la obra con los crazy eights o desvarío en ocho.

La manera clásica de poner unas lightning demos en común, antes de la COVID y eso. “Los Síndicos del gremio de pañeros”, Rembrandt

Los crazy eights son una manera de estimular el pensar fuera de la caja, de producir ideas que en principio ni nos habríamos planteado, pero dentro de un orden y sin alejarnos en exceso de la idea a la que ya estamos encaminados. Se trata de, en ocho minutos -uno por idea-, realizar ocho bocetos de ideas locas y no demasiado reflexionadas. De esta manera, conseguimos ocho ideas que al principio son bastante conservadoras y al final bastante descabelladas, pero ojo, de entre ellas podemos sacar algún diamante en bruto. De nuevo, una vez realizadas, se ponen en común, y tras recibir algo de feedback, vemos nuestras ideas y apostamos por una. Entonces, comienza el proceso de refinado, y es aquí cuando nos convertimos en alquimistas. Como ellos, tomamos los materiales impuros y bastos y los transmutamos en nuestra magnum opus a través de varias fases. Ya hemos refinado preguntas y conceptos, y ahora vamos a por las ideas.

Escogida la idea, realizamos un pequeño boceto de tres viñetas en el que explicamos de manera muy somera en qué consistiría nuestra idea y de qué manera funcionaría. En nuestro caso, todos dimos en pensar en soluciones a través de aplicaciones, de modo que abocetamos los pantallazos que creímos más importantes o representativos de nuestra idea. Como antes, esto lo pusimos en común, pero fue al día siguiente, el miércoles. Esto se hace de una manera más original y curiosa con el objetivo de desnudar la idea y verla pura, sin prejuicios ni máculas — de nuevo, algo muy alquímico. Se crearon dos figuras, el facilitador y el escriba, y mientras uno leía las ideas abocetadas sin información sobre quién las había hecho, el otro tomaba notas para una posterior relectura rápida. De esta manera, se evita que factores externos a las ideas -personalidad del creador, labia, timidez…- influyan en las decisiones del equipo, porque de nuevo, después hubo una votación. Y tras ellas, dos ideas resultaron elegidas. Una vez más, hicimos de alquimistas y logramos transmutar cuarenta y nueve ideas -éramos siete miembros-, en dos.

Si los alquimistas se hubiesen juntado para hacer desvaríos en ocho en lugar de estudiar rodeados de secretos, hoy habría piedras filosofales hasta en AliExpress. “Alquimista con Balanza”, Johannes Weiland.

Llegados a este punto, nos dividimos en dos grupos, uno por idea. El mío lo formaban tres personas, un servidor y dos compañeras, y nuestro proyecto fue Red As Your Eyes, una antipática pero bienintencionada aplicación que gira en torno a algo que olvidamos habitualmente en favor de consecuencias más psicológicas de las tecnologías de la comunicación: los ojos sufren. Red As Your Eyes — Rojo como tus ojos, sirve para bloquear aquellas aplicaciones con las que llevas demasiado tiempo seguido, mediante un filtrado rojo y molesto que va ocupando la pantalla cuando te pasas del tiempo establecido, hasta volverla ilegible con la irritante moraleja de que tus ojos están igual de rojos.

El tercer día termina quitándonos la bata de estrellitas y el sombrero abullonado de alquimista y poniéndonos camiseta negra de cineasta: hay que hacer un story board. Pero en lugar de detallar cómo Máximo vence a Cómodo en el circo romano, explicamos cómo el usuario utilizará nuestra aplicación, aderezándolo con alguna escena de sus positivas consecuencias en su vida o sobre cómo lo ha encontrado. El límite realmente es el propio objetivo: la utilidad. Todo aquello que contribuya a crear una imagen más clara de nuestro proyecto es bienvenido. Lo demás, sobra.

Nuestro story board, compartido entre nosotros en Miro.

Esa vestimenta nos dura poco y el jueves por la mañana la cambiamos por el mono de ingeniero. No vamos a recauchutar las juntas de un cohete espacial, pero si todo va bien, lo que creemos nos puede llevar bastante lejos: es hora de mancharse las manos y ponerse a trabajar en el prototipo de nuestra solución. Esta vez el entorno es puramente digital no solo en nuestra situación de apocalipsis mundial, sino que cuando se trata de una solución digital, lo ideal es crear un modelo lo más aproximado al producto final posible. Y evidentemente, es digital. Para ello utilizamos Figma, aunque hay varias opciones más en la vida. Mientras dos de nosotros soldaban y atornillaban digitalmente un modelo funcional de nuestra aplicación, una de las componentes de nuestro grupo comenzó a desarrollar un guion paralelamente, un guion de entrevistas que utilizaríamos más adelante… Al acabar el día, tenemos un prototipo útil que podemos presentar a posibles usuarios.

Y es que el quinto día, el viernes, ese último y molesto obstáculo antes del fin de semana, lo pasamos entrevistando a gente previamente recolectada, a la cual sometemos a una serie de preguntas personales para hacernos una idea de su “persona” y a quienes facilitamos nuestro prototipo digital, para que lo testeen y experimenten. El valor de esto es mayúsculo, pues si la semana comenzó poniéndonos en la piel del usuario, no podemos de repente al final olvidarnos de él. De modo que este día retomamos contacto -en realidad lo tomamos por primera vez, pues el primer día imaginamos al usuario, ahora lo conocemos de verdad- con el usuario, vemos en directo cómo utiliza nuestra solución, y recolectamos valiosos juicios, opiniones y sugerencias que tendremos en cuenta en distintos grados. En este día el traje que nos ponemos es más bien de asustados padres primerizos en el primer día de colegio de su criatura.

Figma con nuestro tierno prototipo abierto

Como toda esta parte se desarrolló online, para que una de las pegas del prototipo no fuese “después de usarlo tengo un extraño dolor en la garganta y tos”, hicimos las entrevistas con Zoom y los usuarios probaron directamente el prototipo de Figma, compartiendo sus pantallas. Por un lado, esto tiene alguna ventaja. No estamos literalmente presentes, no podemos influenciar de ninguna manera al probador, pues ni siquiera nos ve mientras utiliza el prototipo, su uso es totalmente neutro y puro. Por contra, las vicisitudes de la tecnología pueden hacer acto de presencia y congelar conexiones, colapsar móviles o interrumpir comunicaciones. Huelga decir que las primeras dos entrevistas fueron bastante desastrosas. La primera acabó con la desconexión irrecuperable de la entrevistada. La segunda se pudo realizar, pero debido a un móvil que debió soportar a la vez la cámara, Zoom, Whatsapp, Figma, vaya usted a saber qué procesos internos y aplicaciones en segundo plano y una conexión wifi extremadamente inestable, ocupó el mismo tiempo que tres entrevistas normales. Lógicamente. A partir de entonces se “recomendó” previamente a los entrevistados utilizar de manera exclusiva el ordenador para la prueba. Las entrevistas posteriores fueron sin embargo como la seda. Los entrevistados no tuvieron problemas para utilizar nuestro prototipo y nosotros estábamos ya envalentonados y dirigimos las entrevistas con mucha más soltura que el día previo. Con las entrevistas terminadas, lo que es agotador, realizamos una tabla con notas y conclusiones sobre las entrevistas, lo que nos ayudó a concretar qué habíamos obtenido con las mismas. Contrastar nuestra app embrionaria con personas reales fue un ejercicio realmente útil, pues al igual que algunas ideas no nos parecen una tontería hasta que las decimos en voz alta, había errores y detalles singulares que no notamos hasta que un usuario puso su dedo sobre ello. De nuevo como decía Sócrates, extraemos el conocimiento al preguntar, o en este caso, al testear. Realmente interesante la experiencia, y muy útil. Cuesta creer que en su momento no se tuviera en cuenta al cliente final hasta que el producto se lanzaba.

Tras este análisis de conclusiones, anotamos una serie de “futuribles”, conceptos e ideas que podían mejorar la app en base a lo que los usuarios habían dicho y lo que de ello cribamos nosotros.

El pantallazo rojo que reciben los ingobernables usuarios que sobrepasan el límite de tiempo autoimpuesto

Es interesante comentar que en nuestro caso hemos realizado todo esto con materiales online, sustituyendo la interacción personal y los post-its con tableros de Miro y materiales compartidos en la nube. Lo que tiene ciertas desventajas, pues es todo mucho menos fluido y complica cosas que en persona serían tan sencillas como colocar un post-it en la pizarra, pero también ciertas ventajas: acaba siendo más recogido y fácil de consultar y compartir con terceros.

La experiencia ha sido muy positiva. A título personal, me sorprende cómo he sido capaz de participar en el design sprint, de llevar a cabo junto a mis compañeros de clase y mis compañeras de grupo un montón de tareas con un horario muy establecido y no pocas herramientas que no había visto en mi vida. Y sobre todo, que de todo ello hayan salido buenas ideas, y que mi cerebro haya sido capaz de dar con algunas de ellas de la manera más insospechada. De mis propuestas, por ejemplo, la que obtuvo más apoyo fue una de las últimas que desarrollé en el desvarío en ocho, una que no tenía que ver realmente con la primera idea que tenía en mente y que boceté casi exclusivamente por la presión de cumplir con el número de ideas exigido. No queda en menos la alegría de habernos visto capaces de desarrollar una idea funcional y que parece que a los usuarios gustó, una idea que sólo necesitaría código para funcionar de verdad. Viniendo de mundos muy distintos, cada miembro del grupo y del equipo nos pusimos la levita de alquimista y en cinco días sacamos algo digno y provechoso de lo que el lunes, creo, no nos veíamos capaces.

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